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viernes, 20 de noviembre de 2009

Bienvenido

A él recién en su tercer y último viaje le darán la bienvenida.

Y aquí estoy nuevamente: manos al volante por la carretera, sin saber a donde voy, sin saber por qué voy, solo con la clara consigna de llegar a un destino aún incierto.
La noche está demasiado negra para ser enero, y por mis venas lo que menos corre es aliento de verano. Está lloviendo y no veo nada; puedo observar tan solo que voy a más de 120 kilómetros por hora, y así llevo más de treinta minutos, tratando de buscar la respuesta a este, al parecer: mi último viaje.
El viento que ocasiona la velocidad de mi vehiculo me hace lagrimear, y ya no veo claro. Después de estos treinta minutos por la carretera a esta velocidad, he entendido que me quiero matar, que me quiero morir, que me quiero, ir, que me quiero estrellar, que no quiero salir vivo de esta, que ya no quiero seguir alimentando a este mundo con mis penurias.
Aumento la velocidad, estoy a 135 y no tienen idea de lo excitante que esto puede ser. Estoy que aumentando y aumentando, nada me va a parar, apago las luces del carro, quiero estar a oscuras y rezar por última vez.
A lo lejos llego a divisar una curva, pero no, yo iré de frente; ya es hora de cerrar los ojos y decir adiós. Cinco, cuatro, tres, dos, uno.
- Tuvo suerte de solo llegar aquí con uno que otro golpe – me dijo un hombre, que imagino era el doctor, pero...
- Pero…, yo… ¿Cuándo saldré de aquí? – le respondo enseguida.
- Si usted desea, ahora mismo – me dijo sin mostrar compasión alguna.
Cuando llegue a mi casa, todo estaba raro, había algo que estaba distinto, nada se sentía igual, así que decido dejar mi casa e irme a un hotel cercano a pasar la noche al menos, hasta esperar salir de shock en el cual creo aún me encuentro.
Cuando llego al hotel la recepcionista parece que no me quiere atender así que como no tengo ganas de esperar tomo unas llaves que estaban allí, esta daba a una de las habitaciones de los pisos de arriba. Una vez ya acostado y con ganas de cerrar los ojos siento una humareda que se apodera de la habitación, entonces me pongo de pie en un solo golpe, intento abrir la puerta para ver de donde viene tanto humo pero la puerta no se abre, hay algo que le impide a la manija moverse, me pongo a temblar pues no se que es lo que pasa, salgo a observar por la ventana y nada, toda la gente está pasando normal por la calle, empiezo a gritar pero parece que nadie me escucha, las cosas se empiezan a poner mal: por debajo de la puerta empiezo a ver lenguas de fuego, no tardo en deducir que es un incendio, y que por obvias razones no saldré por la puerta, así que decido abandonarme al azar y saltar por la ventana -¿si me he querido matar en la carretera, por qué evitar una muerte ahora?- se me cruzó por la cabeza. Puse una silla al pie de la ventana, saqué las cortinas, pero antes como mi madre me había enseñado y recé y con los ojos cerrados conté para lanzarme. Cinco, cuatro, tres, dos, uno.
- Tuvo suerte de solo llegar aquí con uno que otro golpe – me volvió a decir el mismo doctor de la vez anterior.
- Yo a usted lo conozco – le dije – usted fue quien me atendió la última vez que que estuve aquí.
- Ya puede recoger sus cosas, e ir a casa – me respondió.
Pensé que me estaba volviendo loco así que todo ensimismado decido comprar una cosa en la playa. Un mes ya pasado de la compra, decido meterme al mar a darme un chapuzón, voy como siempre con mi ropa de baño y con la mente recuperada al 100 % de los dos últimos accidentes confusos que he tenido. Una vez en el agua, decido adentrarme un poco más allá, cuando me separé unos cuantos metros de la orilla, ví una moto acuática correr con dos chicos muy jóvenes en ella, no les tomé importancia hasta que se empiezan a acercar a mi, pero no lentamente, sino a gran velocidad, me asusto y les grito que estoy aquí, cuidado conmigo, pero parecen no escucharme, o no darse cuenta, hasta empiezan a dar vueltas alrededor mío, me pongo a rezar porque tengo miedo, pero poco a poco se acercan más, y no ven como agito el agua o muevo las manos para hacerles ver o entender que estoy aquí. Cierro los ojos y empiezo a contar como esperando mi derrota. Cinco, cuatro, tres, dos, uno.
- Tuvo suerte de solo llegar aquí con uno que otro golpe – era el mismo doctor doctor de siempre.
- ¿Usted por qué siempre tiene que estar aquí? – le digo.
- Por qué tú me llamaste, puedes recoger tus cosas y puedes ir a casa – lo dijo sin ningún gesto en el rostro.
- Aquí hay algo muy raro – le recriminé
- Tus ganas de seguir aquí, ya vete – sin mirarme a los ojos – ah,y bienvenbienvenido al infierno.

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