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lunes, 5 de octubre de 2009

Realidad que yo vi...

Vi lo que no debí. No grité cuando debí. Ahora ya no puedo vivir...

Todos sabíamos demasiado. La tensión estaba latente entre nosotros. Quizás jamás debimos ir. Lo sabemos pero eso nada arregla. Todo esta dicho nos quieren desaparecer. Estamos con los días contados pues sabemos demasiado. Somos parte de una aventura de la cuál nunca quisimos participar. No podemos salir de nuestro departamento porque seremos vistos por ellos y nos harán olvidar todo de la manera más cruel posible. Nadie tiene la culpa de esto. Caímos en el peor momento. Una negociación donde no nos habían invitado. Las manecillas del reloj siguen avanzando. El silencio pasa gritando. Las calles están vacías. Las veredas frías. Los niños no lloran. Las mujeres de las esquinas no opinan. El semáforo sigue detenido en rojo. Los carros están vacíos. La monjas fuera del convento, los sacerdotes no dan misa, el cielo esta gris, las nueves negras. Mis manos sudan. Han pintado el edificio. Los extintores han desaparecido. Los dueños no están. No hay agua. No hay sangre. La multitud solo mira. Toda una coartada perfecta. El homicidio pusilánime. Sin coágulos. Sin nada más que hombres en sus departamentos sabiendo lo que jamás debimos escuchar. Esa tarde debió ser normal. Nunca debimos adelantarnos a la hora y entrar antes de tiempo a lo que supuestamente seria una junta de propietarios. El maletín nunca debió estar abierto sobre la mesa. El dueño no debió haber tenido las manos sobre este. Los matones nunca debieron habernos apuntado a la cabeza. Debimos cerrar la boca e irnos ya sea a decir una verdad a garganta profunda o quizás írsela a contar al loco despistado del distrito. Debimos hacer algo pero no se qué. En algo debimos actuar. Es tarde. Me preocupa el silencio. Me preocupa mi vida. Me preocupa haber visto el contenido del maletín. La alarma del edificio sonó. Todos salimos a ver que pasaba. Algunos fuimos a la oficina del dueño y este no estaba. El maletín tampoco. Solo un extintor ya extinto. Pasó lo que tenia que pasar. Desapareció el primer piso. Dinamitaron todo. Ni una sola lágrima se pudo salvar. No había fuego visible. Las puertas estaban cerradas al inicio de cada piso. Los ascensores parados desde el control. Regresamos a nuestros departamentos tratando de estar a buen recaudo. Unos prefirieron gritar a voces desde dentro lo que habíamos visto. Nada se podía salvar. Una explosión no hizo salir a nadie de sus casas. La calle seguía igual. La gente también. Nadie volteaba. Sólo llovía. Las nubes desaparecieron y nuestras vidas con ellas. Entendimos (Entendí) al instante que todo estaba dicho pues debía morir por ver algo que jamás quise ver, ni me hagan ver. Me echo a mi cama. Sonrió fingiendo que soy feliz.
Me despierto sudando y asustado. Me levanto de punto. Corro a la puerta. Maldición no se puede abrir. Hay algo al otro lado que la esta sujetando. Hago presión y nada. Salgo a ver por la ventana: todo igual como vi creo en mi sueño. Tocan a mi puerta y gritan que salga. -No puedo- respondo.
La puerta esta atascada. Vuelvo a ver por la ventana. Puedo ver humo salir del primer piso y dentro de este salir al dueño del edificio con sus dos matones armados con el maletín en mano. Me recuesto en el sillón a pensar o intentar hacerlo. Debo ser valiente por pensar en tal momento. Una segunda explosión en el día o la continuación de mi sueño me hace llorar. Yo no hice nada. Ese es mi error: no haber hecho ni mierda. Quiero gritar pidiendo auxilio por la ventana. No llego a abrir mi boca porque una tercera explosión nos hace volar. Ya no recuerdo nada. Escucho sirenas de bomberos y carajo porque demonios no llegaron antes. Nos quieren rescatar ¿pero porqué? Sí ya todos estábamos muertos...

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